Ser madre, tener madre: Dos experiencias que moldean la realidad humana

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Madre ayudando a su hijo a prepararse para ir al colegio
Madre ayudando a su hijo a prepararse para ir al colegio

En este día de la madre reflexionamos sobre la existencia de una figura que ha permitido la continuidad biológica, emocional y simbólica de la humanidad, es la madre. Desde la antropología hasta la neurociencia, el acto de ser madre se revela como uno de los vínculos más determinantes en la evolución de la especie. No se trata de una idealización romántica, sino de una constatación: sin esa primera conexión, sin ese cuerpo que alimenta, protege y sostiene, la civilización sencillamente no habría existido.

La madre como vínculo evolutivo y cultural

Las primeras formas de organización social no giraban en torno al poder ni al comercio, sino al cuidado. El tiempo prolongado que requiere la infancia humana para desarrollarse cognitivamente obligó a las madres, y por extensión a los grupos humanos, a crear estructuras más complejas de apoyo y transmisión cultural. Desde esa base, el lenguaje, la memoria colectiva y el aprendizaje simbólico encontraron terreno fértil. Es decir, el día de la madre es también una celebración de la continuidad cultural.

En muchas lenguas del mundo, las palabras para nombrar a la madre comparten una raíz fonética elemental: ma, mama, mamma, mamá. No se trata de coincidencias. Estas sílabas son algunas de las más fáciles de emitir por el aparato vocal de un bebé. Su repetición no es solo instintiva, sino significativa. Hay en ese primer balbuceo un llamado ancestral que activa en la madre una respuesta de apego, de protección, de reconocimiento. Desde el punto de vista filogenético, esa conexión vocal ha sido clave para la supervivencia. Nombrar a la madre es, literalmente, llamar a la vida.

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Mother uses her hand to hold her baby’s tiny hand to make him feeling her love, warm and secure.

Las dos caras del vínculo: ¿Qué es ser madre y tener madre?

Ahora bien, que es ser madre no puede reducirse a parir o criar. Es una transformación radical en la forma de percibir el mundo. Desde la neurobiología sabemos que la maternidad reconfigura el cerebro: se intensifican los circuitos vinculados a la empatía, al olfato, al miedo y a la toma de decisiones. La madre percibe los riesgos de su entorno no como amenaza a su integridad individual, sino a la del otro ser que depende de ella. Ser madre es reordenar las prioridades, aprender a vivir con el miedo, a convivir con la culpa y a descubrir una forma de amor que no espera devolución. Eso es lo que implica ser madre: una entrega no abstracta, sino física, cotidiana y muchas veces silenciosa.

Tener madre, por su parte, es habitar una experiencia fundacional. Es el primer otro que nos sostiene, el primer cuerpo que nos abriga, el primer rostro que nos reconoce. Desde la psicología del desarrollo, se sabe que la seguridad emocional que brinda una madre presente (aunque no perfecta)  deja una huella imborrable en la construcción de la identidad. La figura materna no es ideal porque sea infalible, sino porque su sola presencia, incluso en su imperfección, modela la manera en que entendemos el afecto, el vínculo y la existencia.

Madre ayudando a su hijo a prepararse para ir al colegio
Madre ayudando a su hijo a prepararse para ir al colegio

Muchos hijos, ya adultos, se descubren mirando a sus madres y reconociendo que ambas partes crecieron en ese lazo. Porque sí, aquello que implica ser madre también implica cambiar, aprender, errar y reparar. No existe la madre hecha de una vez y para siempre. Así como el niño aprende a caminar, la madre aprende a guiar. Así como el hijo madura, la madre descubre otras versiones de sí misma. A veces con culpa, a veces con alegría, pero siempre desde el intento.

El día de la madre no debería ser una ocasión para la postal, sino para la reflexión. En ese vínculo se juega mucho más que un rol social: se expresa una forma de humanidad. Ser madre es permitir que el otro exista. Tener madre es saber que, al menos por un tiempo, hubo alguien que nos puso en el centro de su mundo.

Y aunque las relaciones madre-hijo no siempre son fáciles ni justas, el amor básico que muchas personas sienten por sus madres no radica en que hayan sido perfectas, sino en que fueron reales. Amar a una madre es aceptar su humanidad, reconocer su camino y entender que, al criarnos, ella también se estaba formando.

Tres generaciones celebrando el Día de la Madre con flores y regalos
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