Javier Marías o la voz incorrecta: El valor de la opinión frente a la intolerancia

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Cuando Javier Marías murió, me encontraba leyendo con glorioso deleite, una de las mejores compilaciones contra la corrección política que haya podido publicarse en habla hispana. Y glorioso no es un adjetivo exagerado, más aún cuando la calidad de su argumentación dispara tan ingeniosamente contra las tibiezas de las posturas públicas (el buscar quedar bien con todos) y la cultura de la cancelación, las que han ido invadiendo con inusitada fuerza el discurso (y la práctica) en todas las esferas del quehacer humano: la ciencia, el deporte, el espectáculo, el arte, el mercado laboral y otros. 

Cuando la sociedad es el tirano (Alfaguara, 2019), el libro de Javier Marías, suscita fascinación por la libertad en el juicio que despliega Javier Marías en cada uno de sus artículos para opinar sin reparos, con responsabilidad y absoluta claridad de aquello que no le era ajeno, es decir, lo humano, como lo define Publio Terencio. Pero también genera un profundo desconcierto reconocer, a través de los temas allí planteados, hasta dónde ha llegado el nivel de azoramiento que colectivos, medios y gobiernos han logrado contra quienes asumen opiniones atrevidas, singulares o sencillamente ajenas a la comparsa de lo establecido como correcto, un tipo de contrato social sobre lo que debe indignar y no, o lo que se debe decir y no. 

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Javier María en defensa de la opinión frente a la intolerancia de lo políticamente correcto

«Si Rayuela me pareció una tontada en su día, no quiero imaginarme ahora», blasfema el escritor turbando todo encumbramiento literario; por eso también, «no regresaría a las novelas de Fitzgerald ni Hemingway», sentencia con resuelta confianza. Así Marías se resistió a formar parte de esas convenciones o acuerdos tácitos que es moneda corriente en la sociedad literaria (kindergarten la llamó él). ¿Por qué tendría que estar mal visto que un escritor desenvaine el sable de su crítica contra la obra o comportamiento de un colega?, ¿acaso la envidia o el recelo son motivos exclusivos y excluyentes para tal ejercicio intelectual?, se pregunta inconmovible. De los aduladores recíprocos también se sacudió. Ese azúcar deletéreo de recomendarse y citarse con rutinaria desvergüenza habla muy bien de la estrategia del negocio entre editoriales o escritores. Carlos Fuentes y Juan Goytisolo, por ejemplo, son dos beneficiarios de los elogios sistemáticos de ida y vuelta, nos cuenta Javier Marías. 

Su mira también estuvo dirigida, sin indulgencias ni lamentaciones, contra las reivindicaciones artificiales que convierten cualquier obra en gesta o arte excelso. Que una mujer produzca una obra hoy –habiéndose abolido en gran parte del orbe la censura, el prejuicio y el confinamiento para las labores domésticas que prevalecieron en la historia de la humanidad contra ella–, no la convierte automáticamente en una “artista de primera fila”. Las hubo, claro que sí: Arendt, Brontë, Woolf, Austen y otras más, a la sazón, que sortearon mil dificultades para hacerse notar, pero su temperamento no estuvo determinado por el nivel de misoginia que padecieron, sino por el talento trabajado, el genio creativo puesto a prueba. Por eso desconfió siempre de aquella ola feminista que decreta la valía artística de una mujer por el solo hecho de producir una película, un poemario, un diseño arquitectónico o una pieza musical, porque también, y hay que decirlo fuerte, hay entre tales creaciones, ostensibles decepciones. Y no deberíamos arder en el infierno por reconocerlo y proclamarlo.

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El título del libro devela el corazón de su apuesta: la de la libertad sin cortapisas. Tradicional hasta lo caballeroso en sus maneras, pero incendiario en sus enunciados, Javier Marías, pluma en ristre, se encima contra las ambigüedades del lenguaje y el postureo. Su intuición lo ha salvado de acompañar flujos de opinión que podrían haber doblegado a cualquier bienintencionado que encontrara en medidas populares, salidas al descontento social y a las crisis institucionales. Pero Marías fue de otro material. No cedió ante los cantos de sirena de «los totalitarios que se amparan a menudo en lo que llaman “democracia directa”, a base de consultas, referendos y plebiscitos», ni cayó en la trampa del espíritu fiscalizador que, al percatarse de los defectos, vicios o infortunios de algunas personalidades de la política, desmerecen su defensa de causas justas (Churchill) o menoscaban el valor de su legado cultural (Hitchcock). 

Javier Marías no rechazaba los populismos de Pablo Iglesias o Podemos, o de Donald Trump y la feligresía republicana por usanza mediática, sino por principios. A ambos fenómenos políticos les dedicó una atención particular en sus textos reunidos. Su naturaleza díscola con la demagogia y la autoridad de modos atávicos, pero sobre todo con la intolerancia de las mayorías, disfrazada de consenso, le generó en su país enemigos en tiendas políticas disímiles entre sí, y feroces acusadores del entorno cultural, principalmente literario. 

Pero su voz no se arredró. Tampoco se dejó llevar por engañosas pleitesías hacia su opinión o trabajo. Sus convicciones y opinión no se adecuaron a la influencia de los auditorios, siempre estaban expuestas a la crítica, porque «a la gente más o menos segura de sí misma no le molesta en absoluto ser cuestionada. Es más, prefiere serlo, porque nada más alarmante que gustar o caer bien a todo el mundo». Y así, a pesar de los revuelos motivados en vida por su pensamiento, Javier Marías se fue, discreto, sin protocolos de despedida. 

Jorge Luis Ortiz Delgado
Jorge Luis Ortiz Delgado

Autor de «Las fronteras de lo absurdo» (Editorial Quimera, 2021), libro que reúne artículos y ensayos liberales de análisis económico, político, social y sobre cine. Es director del Centro de Estudios Liberales Mario Vargas Llosa (CEL). Es Coordinador Académico de la Facultad de Ciencias de la Empresa de la Universidad Continental en la sede Arequipa y docente de marketing, administración y realidad nacional.

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