Succession es la serie de TV del momento y la que probablemente reemplace a la exitosa Juego de Tronos como radiografía de la lucha por el poder. Jorge Luis Ortiz Delgado, Coordinador de Ciencias de la Empresa de la Universidad Continental Campus Arequipa, nos invita a conocer un poco más de esta producción a través de este breve análisis sobre el poder político, empresarial y mediático.
Cuando el filósofo francés Jean Paul Sartre sentenció que “el infierno son los otros” en su famosa obra de teatro A Puerta Cerrada, sostuvo que el peso de la mirada acusadora del otro, ese infierno al que nos sometemos y que nos determina, nos devela y nos ausculta, nos reta y nos invade. Marco Aurelio Denegri lo abrevió mejor: «es la mirada del entrometimiento, intrusa e inmiscuida, y no sólo infernal, sino infiernizante».
Así de infernal e intimidante es la mirada del patriarca de la familia Roy, Logan Roy, sobre sus hijos, durante las tres temporadas de la serie Succession. El CEO y accionista mayor de uno de los más influyentes conglomerados de empresas de comunicaciones y entretenimiento de los Estados Unidos, ejerce una fuerza autoritaria sobre su familia, sus socios y los políticos involucrados en sus negocios, lo que le ha granjeado una posición corporativa casi dominante en un mercado de gustos sofisticados y de cotidianidad saciada de escándalos y voyeurismo en las redes sociales.
Succession es más que una serie sobre peleas intestinas dentro de un clan familiar. Es una constante radiografía de la sociedad frente a los dilemas del poder económico, político y, por supuesto, del poder afincado en la esfera más íntima de las relaciones personales: el hogar, una impensada maqueta del infierno para los Logan. Por eso, una de las guionistas de la serie, Georgia Pritchett, señaló que «es un reto encontrar humanidad en personajes irredimibles», porque el cinismo de sus protagonistas lo habita todo, los códigos son inexistentes y la traición con sus apariciones épicas en la historia, merecería su propio camarín.
¿Por qué resulta tan atractiva esta serie? Porque cada capítulo nos enrostra la edificación de aquella cultura del espectáculo que hemos permitido como consumidores de prensa o entretenimiento, y que nos vacía de ética, ponderación y sustancia.
¿Por qué Succession resulta tan atractiva? Porque cada capítulo nos enrostra la edificación de aquella cultura del espectáculo que hemos permitido como consumidores de prensa o entretenimiento, y que nos vacía de ética, ponderación y sustancia. O, dicho a la inversa, nos alimenta de indolencia, exaltación y frivolidad. Porque asistimos a la danza sombría de un temido y cruel jefe de familia y unos hijos acostumbrados al desprecio y humillación de aquél, mientras esto sirva para acceder al lugar del padre, el sueño de la sucesión.
Porque a través de los papeles creíbles de este reparto descubrimos aquellas luchas que sus personajes libran contra sus propios complejos y precariedades: que no hay sosiego o equilibrio emocional que los lujos o las zonas VIP de locales ostentosos puedan comprar.
No hay moralejas ni golpes de efecto en Succession. Hay luz y oscuridad, destellos de ironía y situaciones que indignan al espectador. El deshonor al que sucumben sus personajes, fruto de la ambición desbordada, empatiza con una sociedad narcisista, una que, en sus históricos juegos de roles, asume el poder del amo y la sumisión del esclavo, del jefe y del empleado, del funcionario y del elector, alternadamente.
El poder buscado como puente hacia la trascendencia es lo que buscan los personajes de Succession, pero, en realidad, solo asistimos al furor de un poder efímero, que se puede evaporar al ritmo del valor en bolsa de las acciones, por una debilidad adictiva o gracias a una impropia estrategia corporativa.
Dicho esto, no es secundaria la exposición en la serie de las relaciones mercantilistas entre el gobierno y el poder empresarial para pagar los favores de campañas políticas o arremeter contra la competencia. Los constantes pactos bajo la mesa entre la autoridad y la prensa, vistos en la serie, nos recuerdan que vivimos tiempos ásperos, y que, como dijo Lord Acton, «el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente».
Jorge Luis Ortiz Delgado
Autor de «Las fronteras de lo absurdo» (Editorial Quimera, 2021), libro que reúne artículos y ensayos liberales de análisis económico, político, social y sobre cine. Es director del Centro de Estudios Liberales Mario Vargas Llosa (CEL). Es Coordinador Académico de la Facultad de Ciencias de la Empresa de la Universidad Continental en la sede Arequipa y docente de marketing, administración y realidad nacional
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