
Ser diagnosticado con trastorno bipolar es una experiencia que impacta profundamente la vida de una persona. Pues involucran cambios en el estado de ánimo y una alteración compleja y persistente que toca la salud física, mental, las relaciones, el trabajo y hasta la percepción personal. Las cifras y estudios científicos no mienten: vivir con trastorno bipolar implica mucho más que lidiar con los conocidos episodios maníacos o depresivos.
El trastorno bipolar exige atención integral
Existen bases neurobiológicas que explican los cambios a nivel físico y mental de la persona con trastorno bipolar.Una de las estructuras cerebrales afectadas es la amígdala y la corteza prefrontal, responsables del procesamiento emocional y la regulación del estado de ánimo.
El Instituto Nacional de Salud Mental de EE.UU. estima que el 82.9% de las personas con transtorno bipolar presentan alguna disfunción grave en su vida cotidiana. Además, más del 60% desarrolla comorbilidades, como ansiedad generalizada o ataques de pánico, lo que agrava aún más su calidad de vida.

Impacto en lo personal y el entorno cercano
La persona con trastorno bipolar cambia la forma en que se relaciona con su entorno y consigo misma. Durante los episodios maníacos, puede haber comportamientos impulsivos, compras compulsivas, conductas sexuales de riesgo o decisiones laborales drásticas. En los episodios depresivos, todo lo contrario: aislamiento, apatía, fatiga profunda, incluso pensamientos suicidas.
En la revista chilena de neuropsiquiatría se enuncia que: “Los pacientes bipolares reportan dificultades en el ajuste social principalmente en áreas de trabajo y descanso y sentimientos de baja autoestima aún después de remisión de fases. La disrupción social estaría en relación con la duración de la enfermedad y las hospitalizaciones frecuentes. La evolución del Desorden Bipolar se acompaña de altas tasa de desempleo, educación inconclusa, soltería, problemas de vivienda y otros”. Además, el autoestigma es uno de los enemigos silenciosos más crueles. Muchas personas comienzan a verse a sí mismas como defectuosas, incapaces o indeseables.
Durante la etapa universitaria o en el empleo puede significar un quiebre vital. La falta de concentración, los cambios de energía o la necesidad de hospitalizaciones intermitentes afectan seriamente el desempeño académico y laboral de la persona diagnosticada.

No obstante, no todo es negativo. Existen entornos que, con acompañamiento y adaptación, permiten a las personas con trastorno bipolar estabilizarse, continuar sus estudios o desempeñarse profesionalmente. Pero eso requiere políticas públicas inclusivas, apoyo psicológico constante y un trabajo social serio para reducir el estigma social que aún persiste.
Miedos reales, pero manejables, al ser diagnosticado con trastorno bipolar
El miedo a una recaída, a perder el control en público, a no poder construir una familia, o a no ser querido tal como uno es, son temores reales que se abordan con acompañamiento psicológico.
La clave está en el diagnóstico temprano de trastorno bipolar, la adherencia al tratamiento y la educación tanto del paciente como de su entorno. Las terapias psicoeducativas han demostrado reducir significativamente la frecuencia de los episodios maníacos y depresivos.

Humanizar el trastorno bipolar
Urge abordar con criterio humano y empático esta condición, pues ser diagnosticado con trastorno bipolar no debería ser una condena social ni un secreto que se carga con vergüenza. Es una condición médica crónica, sí, pero tratable. Las personas que la viven no son peligrosas, ni inestables por naturaleza, ni menos capaces. Son personas atravesando una batalla interna que, con el tratamiento correcto, pueden tener una vida funcional, creativa y plena.
Detrás de cada diagnóstico, hay una historia. Detrás de cada etiqueta, hay una persona que merece ser comprendida, no juzgada.
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