
La historia de un país puede estar escrita en libros, contada en leyendas o preservada en archivos. Pero hay otra forma de leerla: caminar por sus ciudades, mirar sus muros, sus plazas, sus techos y entender, cómo ha vivido y pensado una sociedad. En el Día del Arquitecto Peruano, vale la pena detenernos a observar lo que hemos construido, destruido y vuelto a imaginar.
El Día del Arquitecto Peruano: una mirada al tiempo y al territorio
En el Día del Arquitecto Peruano abrimos los ojos ante un legado físico que nos confronta con quiénes fuimos y quiénes queremos ser. La arquitectura en el Perú es, en esencia, una expresión de historia, cultura y poder que se superponen sin borrar del todo lo anterior.
Del orden cósmico que guiaba a los constructores andinos a la simetría funcional de los virreyes; del urbanismo moderno que quiso acercarnos a Europa, hasta las actuales tensiones entre crecimiento urbano y precariedad habitacional. Cada época dejó una firma en el espacio público, y el arquitecto peruano ha sido muchas veces el traductor de esa voluntad colectiva o estatal.
El Perú no tiene una única estética arquitectónica ni un modelo dominante, sino un mapa fragmentado que dice mucho sobre su desigualdad, sus aspiraciones, sus fracturas. Lo que se construye habla, pero también lo que no se termina, lo que se improvisa, lo que se derrumba o nunca se planifica.
¿Qué cuenta la arquitectura peruana sobre el país que habitamos?
El Día del Arquitecto Peruano nos da la excusa perfecta para pensar el país como una obra en proceso. Un rápido recorrido desde las huacas precolombinas hasta los malls suburbanos pone en evidencia algo crucial: el Perú no ha tenido una idea sostenida de proyecto urbano. Lima, por ejemplo, creció más por necesidad que por planificación. La informalidad definió buena parte del siglo XX, y aún hoy, millones de peruanos viven en viviendas autoconstruidas.
En contraste, la monumentalidad de Machu Picchu, las líneas geométricas de Chan Chan o la simbiosis de piedra y paisaje en Sacsayhuamán, hablan de civilizaciones que entendían el territorio como un organismo vivo, no como un lote a parcelar. Ahí hay una lección poderosa para cualquier arquitecto peruano: diseñar es proyectar, y dialogar con lo que ya existe.
La arquitectura revela también las jerarquías del poder. Los edificios públicos, los monumentos, las sedes del capital o las iglesias barrocas cumplen funciones prácticas y de autoridad. En el Perú, los espacios de representación han sido tradicionalmente diseñados desde arriba hacia abajo. Pocas veces han emergido del consenso ciudadano.
La deuda pendiente del arquitecto peruano con lo popular
En este Día del Arquitecto Peruano, conviene también hacer autocrítica. ¿Hasta qué punto la formación académica de los arquitectos dialoga con la realidad concreta de la mayoría? Si más del 70% del crecimiento urbano en el Perú ha sido informal, ¿por qué ese fenómeno sigue siendo ignorado o tratado como “problema” y no como territorio legítimo de intervención?
No es casual que muchos de los barrios más dinámicos y vitales del país hayan sido levantados sin planos ni permisos. Esas arquitecturas populares, funcionales, coloridas, contradictorias, son testimonios de ingenio y resiliencia. Sin embargo, siguen siendo invisibles para las narrativas oficiales de la arquitectura peruana.
El arquitecto peruano del siglo XXI tiene un desafío claro: superar el modelo del creador individual para convertirse en facilitador de procesos colectivos. Su papel no debe limitarse al diseño de obras icónicas ni a la firma de planos. Esto implica escuchar más, planificar con las comunidades y trabajar fuera de los márgenes de confort.
No basta con saber de estructuras o estilos; hay que comprender el territorio, su clima, su cultura, su conflicto. La crisis climática, los riesgos sísmicos, la desigualdad territorial y la expansión caótica de las urbes exigen otra ética profesional. El Día del Arquitecto Peruano es también una oportunidad para preguntarse si la disciplina está respondiendo al país, y no solo a los encargos privados.
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